Ciudadanía fiel: orar, juzgar y actuar
La Asamblea Provincial de Pennsylvania votó en el 1751 a favor de la fundición de una campana que se colocaría en la torre del capitolio estatal de Philadelphia, lugar donde se reunía el cuerpo de representantes electos para gobernar ese Commonwealth. La Asamblea ordenó además que la campana tuviera inscrita la siguiente cita del Libro de Levítico: “Habéis de proclamar libertad en toda la tierra para todos sus habitantes” (Lev. 25, 10). Esta campana llegó a conocerse como la Campana de la Libertad. Es importante señalar que la Campana de la Libertad nunca tuvo la intención de ser utilizada como una campana de iglesia. Su propósito era recordarles a los ciudadanos que el gobierno político se basaba en la libertad y la igualdad de todos los seres humanos por el don de ser creados a imagen y semejanza de Dios. La campana sirve como metáfora de que nuestra ciudadanía fiel como estadounidenses requiere esencialmente la oración y la práctica de nuestra fe religiosa en las esferas públicas de nuestra vida, más allá de simplemente la adoración a Dios y el culto que le rendimos. Nuestra responsabilidad como ciudadanos católicos es ser una voz profética, pero no revolucionaria, en nuestro país.
Recientemente he tenido muchas conversaciones sobre la responsabilidad de los católicos de votar con una conciencia buena y bien formada. Algunas personas han expresado su profunda preocupación por el contenido y la esencia extremistas de los candidatos, que están en desacuerdo con el Evangelio y la doctrina auténtica de la Iglesia. Por otro lado, otras personas han descartado la preocupación de sus conciencias convencidos de que “a veces hay que elegir el mal menor”.
Lo que me preocupa es que muchas personas no creen que lo que ellos juzgan como el “mal menor” sea verdaderamente malo. Esto con frecuencia se refiere a aquellas acciones inherentemente malas que dañan directamente a los seres humanos y que nunca pueden justificarse; y que no son simplemente una cuestión entre muchas. Entre ellas, el aborto, el racismo, la delincuencia, la eutanasia, el terrorismo, la intolerancia antirreligiosa, el uso vengativo de la pena de muerte, la lucha en contra de guerras injustas, la redefinición del matrimonio y la ideología de género impuesta a nuestros niños. La formación de la conciencia comprende también una serie de cuestiones sociales que son asuntos del juicio de prudencia sobre los cuales las personas dignas pueden estar en desacuerdo. Sin embargo, las “cuestiones prudenciales” nunca deberían implicar que podemos ser indiferentes a ellas porque carecen del imperativo de rechazar acciones injustificables. Una conciencia bien formada nunca puede sentirse cómoda con el mal. Aunque tal vez tenga que tolerar males menores, nunca podrá reconciliarse con el mal.
Estamos llamados a hacer el bien de la misma manera que estamos llamados a rechazar el mal. Si bien votar es esencial para cumplir con mi responsabilidad como ciudadano fiel, mi ciudadanía no termina en las urnas, sino que requiere que colabore con otros en la promoción del bien y la mitigación del mal. Cuando nuestro voto contribuye al establecimiento de políticas que nuestra conciencia bien formada juzga como malas, debemos trabajar intencionalmente de otras maneras para promover y defender el bien que el mal en particular socava. Negarse a hacerlo es cometer un pecado mortal por omisión. Estamos siempre obligados a preocuparnos por nuestro prójimo. Cito las palabras de San Alberto Hurtado: “Es bueno no hacer el mal, pero es malo no hacer el bien”.
No podemos considerar la guía del Evangelio y la doctrina de la Iglesia como una voz más entre muchas y subordinarnos a una ideología partidista que no admite excepciones. La oración humilde a Cristo guiada por el Espíritu Santo nos salva de adoptar una postura de relativismo moral o de rigorismo extremo. Oramos, escuchamos y luego juzgamos a la luz del ejemplo de Jesucristo y Su Evangelio. Examinamos los hechos y actuamos a la luz de la Sagrada Escritura y la enseñanza auténtica de la Iglesia Católica. Finalmente, concluimos de nuevo con la oración. El Concilio Vaticano II en su documento, Gaudium et Spes, nos enseña que “la voz de la conciencia, que nos invita siempre a amar y practicar el bien, y a evitar el mal, resuena, cuando es necesario, en los oídos del corazón del hombre de manera más específica: haz esto, evita aquello”.
Les pido que oren por guía divina y visiten la página web de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB) y lean las enseñanzas acerca de la Ciudadanía fiel; y que voten.