¿Hito? ¡Qué Hito!
Monseñor Juan Rivero se acerca a una ocasión muy significativa en su vida. Sin embargo, afirma que no está pensando aún en la celebración del 50mo aniversario de su ordenación sacerdotal.
El prelado señaló que es posible que su familia venga a celebrar con él, pero tal vez la celebración se posponga un mes o más.
Su sacerdocio es lo más importante para él, pero no las festividades. Monseñor Rivero fue ordenado el 24 de diciembre del 1972. Comentó que ésta es una “fecha incómoda” para reunirse, pues las familias tienen sus planes y el clero está ocupado con las celebraciones de las Misas de Vigilia de Navidad.
Monseñor Rivero ingresó a los Legionarios de Cristo en el 1963 en México, su país natal. Sus estudios de seminario lo llevaron a Irlanda por dos años, donde adquirió más dominio del inglés. Estuvo además en España e Italia. Fue ordenado al sacerdocio en el 1972 en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.
Después de servir un tiempo como sacerdote en México y Miami, Monseñor Rivero se enteró de la gran necesidad de sacerdotes bilingües en la Diócesis de Fort Worth y le envió una carta al Obispo Joseph Delaney, en la que le dejaba saber su interés de servir en la Diócesis. Llegó a Fort Worth en el 1982 y fue incardinado como sacerdote diocesano de la Diócesis de Fort Worth en el 1985.
Durante los 40 años que lleva sirviendo en la Diócesis, Monseñor Rivero ha estado en ocho parroquias y ha ocupado varios puestos administrativos, incluso el de Vicario del Clero y Vicario General. Fue también el primer Director del Ministerio Hispano de la Diócesis.
El ex párroco, que ya está jubilado, dijo que se apegó mucho a las comunidades donde sirvió y aún extraña a los feligreses de las parroquias. “Es difícil decir adiós. Es un placer estar cerca de ellos”, señaló con nostalgia.
La celebración de los sacramentos y la vida parroquial han sido los aspectos más destacados de su sacerdocio. “Es un placer acompañar la gente en los éxitos, fracasos y desafíos de sus vidas”, añadió.
Monseñor Rivero continúa celebrando Misa en las parroquias cuando un sacerdote no está disponible. Recibe numerosas solicitudes para casar o bautizar a la segunda o tercera generación de los fieles de las parroquias en donde sirviera anteriormente.
CÁLIDA BIENVENIDA
En las parroquias donde sirvió, entre ellas, la Inmaculada Concepción de Denton y los Holy Angels de Clifton, Monseñor Rivero se esforzó siempre por conocer a los feligreses, especialmente en las parroquias más grandes. El sacerdote acostumbraba prepararse temprano para la Misa y entonces saludar a los feligreses en los bancos antes de la Misa para que estuvieran relajados y se sintieran bienvenidos a la celebración Eucarística.
“La gente odia a los sacerdotes gruñones”, dijo, y agregó que tanto en sus homilías como en el confesionario, “les da la bienvenida a los feligreses, no importa quienes sean” y trata de reflejar que “Dios no juzga. Este Dios gozoso no es un Dios gruñón”.
Su asignación más larga, que duró desde el año 2,000 hasta su jubilación en el 2015, fue sirviendo de párroco en la Parroquia de St. Frances Cabrini de Granbury y la Parroquia de Santa Rosa de Lima de Glen Rose. Monseñor Rivero se desempeñó también como Vicario del Clero, Decano del Decanato del Sur y Administrador Parroquial de Holy Angles y Nuestra Señora de Guadalupe de Morgan.
Comentó que manejó bien sus variadas responsabilidades porque “siempre encontró personas realmente buenas, dispuestas a ayudar” en cada parroquia y apostolado de la Diócesis ,donde sirvió. “No me gusta micro-administrar; me gusta delegar. Es muy importante tratar de incluir a la gente tanto como puedas para hacerles sentir que son parte de la comunidad”, dijo.
AL SERVICIO DE LA DIÓCESIS
Monseñor Rivero aportó a sentar las bases de importantes ministerios que hoy día aún prosperan en la Diócesis de Fort Worth.
El Obispo Delaney le pidió el mismo año que llegó a Fort Worth que dirigiera el Movimiento de Cursillos, que se estableció en la Diócesis, pero que se reunía en Dallas. El Obispo había comprado una antigua iglesia bautista en el norte de Fort Worth, que Monseñor Rivero ayudó a renovar para convertirla en el Centro de Cursillos (actualmente, el Centro de Formación Diocesano).
Monseñor Rivero solía organizar programas 48 fines de semana al año en el Centro de Cursillos durante sus años de apogeo. Se ofrecían retiros, en inglés y español, para los jóvenes, los adultos y las familias. Él recuerda: “Pese a que uno se sentía molido los lunes, valió siempre la pena”.
Alrededor del mismo tiempo, se le pidió que creara la Oficina del Ministerio Hispano.
Monseñor Rivero señaló que la “Oficina del Ministerio Hispano” no tenía en realidad una oficina como tal. En cambio, operaba desde “dondequiera que estuvieras”. Monseñor no quiso tomarse el crédito por establecer el ministerio, pues enfatizó que encontró “personas de tremenda fe” en grupos establecidos dentro de las parroquias, y que él simplemente los coordinó. “No fui yo, sino que el ministerio ya existía entre los feligreses”, dijo.
Monseñor Rivero ha notado que escucha a más gente hablar español hoy día mientras realiza sus actividades diarias en la región e indicó que la necesidad del ministerio hispano es aún más importante en estos momentos.
El Papa Benedicto XVI le confirió el 27 de marzo del 2012 el título eclesiástico de honor de “Monseñor, Capellán de Su Santidad” a Monseñor Rivero, a petición del entonces Obispo Kevin Vann.
El Obispo Vann elogió al sacerdote por su gran dedicación, por ayudar al Obispo a desarrollar un programa espiritual para los sacerdotes y por dirigir el Movimiento de Cursillos y el Ministerio Hispano.
El sacerdote jubilado objetó que el honor reflejara algún logro especial. “Sigo siendo simplemente un sacerdote”, dijo, y apuntó que el título demostraba la “naturaleza generosa y agradecida” del Obispo Vann.
HOGAR FELIZ
Cuando no está sirviendo como sacerdote suplente, Monseñor Rivero goza de la tranquilidad de una “vida pacífica” en su casa cerca de Cleburne, rodeado de caballos y llamas. Disfruta de la compañía de sus dos perros labradoodles y cultiva cebollas, tomates, hierbas y pepinos, frutos que se come, a menos que “los grillos se los coman primero”.
A medida que envejece, ha reducido sus grandes aventuras de acampada, pero de vez en cuando se va a acampar a un lago cerca de su casa.
Al reflexionar sobre su pasado y su vocación sacerdotal, que comenzó en la Ciudad de México y que eventualmente lo trajo a Fort Worth, afirmó: “Nunca sabes a dónde te llevará el Señor, dónde te guiará o las diferentes circunstancias que enfrentarás en tu ministerio. Se dan cosas tan diversas”.
“Dios es bueno. El hecho de que yo esté aquí hoy es la prueba”.