La familia es el campo de formación Del amor
Algunos de ustedes me han oído hablar de mis experiencias pasadas como sacerdote especialista en ética en las que serví como consultor en el campo del cuidado de la salud. Una de mis responsabilidades era ayudar a las personas a preparar sus poderes notariales duraderos para el cuidado de la salud, especialmente en lo que respecta a la tradición católica de los medios de tratamiento médico ordinarios y extraordinarios.
Cada vez que hacía mi presentación, alguien inevitablemente diría: “Padre, simplemente no quiero pasar los años de mi vejez siendo una carga para mis hijos”. Yo les respondía siempre: “Entiendo, pero es demasiado tarde. Ya eres una carga para tus hijos y lo han sido durante toda su vida, y ellos para ustedes”.
Encontramos en el Libro de Sirácida (Eclesiástico) la siguiente cita: “Hijo mío, cuida de tu padre cuando llegue a viejo; mientras viva, no le causes tristeza. Si se debilita su espíritu, aguántalo; no lo desprecies porque tú te sientes en la plenitud de tus fuerzas. El bien que hayas hecho a tu padre no será olvidado; se te tomará en cuenta como una reparación de tus pecados; la bendición de un padre afianza la casa de sus hijos” (Sir 3:12-14).
Cuando se trata de nuestras responsabilidades y relaciones dentro de nuestra propia familia, con frecuencia hacemos la suposición errónea de que no debemos ser una carga los unos para los otros como miembros de la misma familia. La Fiesta de la Sagrada Familia que se avecina nos afirma que la redención de la humanidad por Cristo comienza con la redención de la vida familiar a través de la aceptación de la voluntad de Dios por parte de María y José; y el amor desinteresado y agobiante que se ofrecieron el uno al otro, y a Jesús, a lo largo de sus vidas.
Escuchamos en el Evangelio de Lucas cómo José y María, observando las leyes rituales, llevaron a Jesús al Templo para presentarlo a Dios. Se encontraron en el Templo con dos ancianos, cuya gran fe les lleva a ver que el Niño Jesús es el cumplimiento de la promesa de Dios de salvar a Su pueblo.
El justo y piadoso Simeón fue dirigido por el Espíritu al Templo, donde reconoció a Jesús como la fuente de salvación para todos los pueblos. Pudo prever también la controversia que traería Jesús al mundo, y los sufrimientos que Él y los que creen en Él enfrentarían: “Mira, este niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción ―¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! ― a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”(Lc 2, 34-35). Esta profecía de Simeón de que la espada traspasaría el corazón de la Santísima Virgen manifiesta que era parte del plan de Dios que María y José compartiesen el sufrimiento de Jesús por su amor a Él y su fidelidad a Dios. Parte de ese sufrimiento incluiría el rechazo de Jesús por parte de muchos de Su propia familia extendida en su ciudad natal de Nazaret que se negaron a creer en Él. Nos muestra además que las cargas relacionadas con el matrimonio y la vida familiar no son sólo parte de la naturaleza humana, sino que son vehículos para la gracia de Dios y la redención del pecado.
Es importante que celebremos también a la Sagrada Familia en la Navidad como ejemplo e intercesora de cada una de nuestras familias, ya que aquéllos a quienes hemos sido entregados y que nos han acogido en su vida, nos aportan fuerza y gracia en nuestras vidas. No debemos tener una idea ingenua de las familias; las familias pueden ser fuente de gran alegría y felicidad, pero también pueden ser fuente de gran sufrimiento y tragedia. Los amores más profundos y las heridas más profundas se asocian a la familia. Dios nos hizo para ser parte de una comunidad, nos guste o no. No existe tal cosa como una persona completamente autónoma o que se hizo a sí misma. Somos lo que somos gracias sólo a ser parte de una familia y una comunidad. Por eso, la Iglesia enseña que es la familia, y no el individuo, la célula fundamental de la sociedad.