Permanezcan en mí
“Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer” Juan 15:4-5.
Mi mamá ha trabajado y tenido su propio negocio de jardinería por más de 25 años. Lo que empezó como un amor por embellecer las cosas, se convirtió en una forma cuidadosa de arte orientada a confeccionar hermosos paisajes. Me admira su conocimiento de las plantas, de cuáles plantas crecen a la sombra y de cuáles en el sol, de cuándo se deben sembrar determinadas plantas, de cuándo podarlas y cortarlas y de cuándo dejarlas crecer de manera silvestre. El año pasado sembró un durazno en mi jardín trasero. Mismo árbol del que ha cuidado y cultivado a fin de que un día florezca y dé fruto. Hace un par de semanas casi se tuerce completamente debido a que el tronco ya no era capaz de sostener el peso de las ramas de más arriba. Mi mamá vino y podó el árbol a fin de que pudiera florecer y crecer tal y como debía hacerlo.
A lo largo de estos años de ver a mi mamá pulir y perfeccionar su oficio, también he tenido un asiento en primera fila para entender más profundamente el pasaje de Juan 15, especialmente lo que parece permanecer en la vid y profundamente unido a la fuente de la vida. En los primeros 11 versículos de Juan 15, la palabra “permanecer”, o en otras traducciones, “estar unidos a” se menciona 11 veces. ¡Parece que Jesús intenta decirnos algo!
Permanecer en él.
Estar unidos a él.
No es sugerencia, más bien creo que es el verdadero remedio para el cansancio, la fatiga y el agotamiento que percibimos en la sociedad. Volver a la fuente misma de la vida no es una idea bonita, sino una promesa de que, si permanecemos, tendremos vida. Si deseamos hacer un cambio en este mundo o poner en práctica nuestros dones y talentos, debemos darnos cuenta de que, separados de Jesús, no hay nada duradero.
Ningún durazno va a crecer en mi árbol a ras de suelo por casualidad, así, sin estar unido a alguna rama. A un árbol no se le puede engañar para que dé fruto.
Muchas personas con quienes hablo tienen grandes sueños y planes para mejorar el mundo y hacer presente el Reino de Dios en este mundo, pero cuando se les pide razón de su oración diaria, esta es nula. No es crítica, sino, más bien, una pregunta de si lo que deseamos es gozar del fruto más que gozar de Jesús mismo.
Además, las plantas requieren de muy poco para sobrevivir. Necesitan básicamente tres cosas: luz solar, agua y buena tierra. Lo demás está demás. Lo mismo sucede cuando hablamos de santidad y de llevar una vida de discipulado. Lo que necesitamos son cosas muy básicas: amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Marcos 12:29-31). Nada más. Algunos queremos agregarle a esto porque nos parece demasiado simple. Pensamos que sí decimos los rezos adecuados, si vamos a todos los retiros, escuchamos los podcasts correctos, recitamos la cantidad exacta de Rosarios, entonces de alguna manera Dios nos amará más. Si bien algún beneficio puede derivarse de que verdaderamente te dispongas para recibir más de parte del Señor en tu corazón y en tu alma al hacer todo esto, esas prácticas no son la meta. Puede que te ayuden a crecer en tu calidad de discípulo de Jesús y nos acerquen a reconectar con la fuente de la vida que es la vid; no obstante, la meta de esas prácticas debería ser descansar y permanecer en Jesús.
Querido lector, donde te encuentres, una vez más, Jesús te está pidiendo que vuelvas a él, que te unas de nuevo con la Vid Verdadera y así vuelvas a la vida.
Ali Hoffman obtuvo un título en Estudios Católicos y Estudios de la Familia de la Universidad de Santo Tomás después de servir como misionero durante dos años con NET Ministries. Fue ministra de juventud durante 6 años y actualmente es artista independiente, oradora y creadora.