Una exploración sobre las enseñanzas católicas sobre los fieles difuntos, la cremación
La primera mitad del antiguo refrán acuñado por Christopher Bullock en el 1716, “Es imposible estar seguro de otra cosa que no sea la muerte y los impuestos”, sin duda resuena más fuerte en esta época del año.
Las estaciones del otoño y el invierno son un símbolo de nuestro tiempo fugaz en la tierra y, aún más, el calendario litúrgico de la Iglesia Católica tiene días importantes de solemnidad religiosa como el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos para recordarnos del “mundo por venir”. La Iglesia también dedica el mes de noviembre a las Santas Almas del Purgatorio, para recordarnos que debemos orar por aquéllos que nos han precedido.
Sí, la Iglesia pone gran énfasis en la muerte. Sin embargo, lo hace por una buena razón: los cristianos creen que los seres humanos están hechos de cuerpo y alma, creados a imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto, los católicos deben mostrar un profundo respeto por el cuerpo y el alma durante y después de la muerte. ¿Cómo hacemos eso? North Texas Catholic investigó profundamente la historia de la Iglesia y habló con algunos sacerdotes de nuestra Diócesis para averiguarlo.
El cuerpo y el alma eterna
San Pablo escribió a los Corintios: “¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y que está en ustedes? Ya no se pertenecen a sí mismos” (1 Corintios 6, 19). En su Carta a los Romanos continúa hablando sobre este tema: “Pero si hemos muerto junto a Cristo, debemos creer que también viviremos con Él” (Romanos 6, 8).
Al declarar inequívocamente: “Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”, el Credo Niceno, una declaración doctrinal autorizada de la Iglesia, apunta también a la realidad no sólo del cuerpo y el alma, sino a un alma inmortal.
La doctrina católica actual refuerza la de la Iglesia primitiva. El Papa Francisco dijo en el 2015 en su mensaje a las familias que si bien la muerte de un ser querido es “desgarrador”, es importante recordar que “nuestros seres queridos no han desaparecido en la nada oscura. La esperanza nos asegura que están en las manos buenas y fuertes de Dios. El amor es más fuerte que la muerte”.
Dado que tanto el cuerpo como el alma son parte integral de la persona humana, los rituales funerarios católicos exigen reverencia tanto para el cuerpo como para el alma del difunto. El Padre Thu Nguyen, el director diocesano de Liturgia y Culto, dijo: “Los ritos funerarios según las enseñanzas de la Iglesia nos ayudan a reconocer la realidad de la muerte y esperar el juicio final y la resurrección del cuerpo glorioso, cuerpo y alma, para la vida eterna”.
Por lo tanto, la Iglesia enseña que a través de los ritos funerarios, no sólo fortalecemos nuestra esperanza y confortamos a los deudos, sino que también enterramos los restos corporales de los difuntos con el respeto y el cuidado propios de lo que era el Templo del Espíritu Santo.
Honrar el cuerpo
“Los restos humanos tienen dignidad y el respetarlos es una forma de afirmar nuestra fe en la resurrección”, explicó el Padre Tim Thompson, párroco de la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Denton. “La Iglesia procura que no se niegue la resurrección”.
Aunque es preferible la sepultura del cuerpo del difunto porque muestra un mayor respeto hacia el difunto, el Vaticano promulgó en el 1963 la Instrucción Piam et Constantem, que estableció que se permite el entierro o la cremación, siempre y cuando que se mantenga la creencia en la resurrección y que se respeten los restos de los fieles difuntos: “La cremación no toca el alma y no impide a la omnipotencia divina resucitar el cuerpo; y, por lo tanto, no contiene la negación objetiva de la doctrina cristiana sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo”.
El Padre Nguyen se refirió al apéndice del Orden de los Funerales Cristianos, que dice: “Los restos cremados deben ser sepultados en una tumba o enterrados en un mausoleo o columbario. La práctica de esparcir los restos cremados en el mar, desde el aire o en el suelo, o mantener los restos cremados en la casa de un pariente o amigo del difunto no es una disposición reverente de los restos del difunto como la Iglesia lo requiere”.
La Instrucción Ad Resurgendum cum Christo relativa a la sepultura del difunto y la conservación de las cenizas en caso de cremación, publicada por el Vaticano en el 2016, dio razones adicionales para estas especificaciones:
“La conservación de las cenizas en un lugar sagrado puede ayudar a reducir el riesgo de sustraer a los difuntos de la oración y del recuerdo de los familiares y de la comunidad cristiana. Así, además, se evita la posibilidad de olvido de los fieles difuntos o que se muestre una falta de respeto a sus restos, sobre todo una vez pasada la primera generación del difunto”.
El Padre Thompson agregó: “La Iglesia quiere un lugar sagrado para depositar los restos, que sea permanente y que los restos de uno no se guarden como una especie de recuerdo de los fieles difuntos”.
Aseveró además que: “Los seres humanos no son objetos y no deben ser tratados como objetos ni por trabajo ni por placer. Los restos humanos tienen una dignidad que proviene de eso, aunque no es lo mismo. Los cuerpos se donan a menudo a la ciencia y se utilizan con fines científicos, y eso es aceptable porque promueve el conocimiento y el bien de la humanidad. No obstante, los cuerpos de los difuntos nunca se tratan como una mercancía que se utiliza para cualquier propósito. Guardar las cenizas como un recuerdo sería trivializar a los muertos”.
En el caso de donar el cuerpo del difunto a la ciencia, es importante señalar que después de que el laboratorio estudia el cuerpo, la familia debe recibir los restos y ocuparse de su entierro de la forma apropiada y requerida.
El Padre Nguyen aclaró además la diferencia que hay entre venerar los cuerpos de los santos y tratar los cuerpos como recuerdos: “Las reliquias se veneran y se usan con respeto para dar fe de la santidad que Dios otorgó a esta persona”.
Es preciso aclarar que los decretos de la Iglesia tienen que ver con el respeto y el honor, y que el poder de Dios para resucitar no se ve afectado por nuestras acciones. El apologista cristiano Marco Minucio Félix, en uno de sus escritos en el siglo II ó III, recordó un argumento cristiano de que incluso los cuerpos quemados o mutilados pueden resucitar: “Pero, ¿quién hay tan necio ... como para atreverse a negar que el hombre, que podría ser formado por Dios en primer lugar, así también no se podría volver a formar? Todo cuerpo, ya sea seco en polvo, disuelto en humedad, comprimido en cenizas o atenuado en humo, es apartado de nosotros, pero está reservado para Dios”.
Ésta es una buena noticia para los mártires, algunos de los cuales han sido quemados en la hoguera o mutilados de otras formas. Según el Catecismo de la Iglesia Católica, “En la muerte ocurre la separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús” (CIC 997).
Los elogios y funerales
Como norma general la Iglesia desalienta los elogios o panegíricos en los funerales católicos. El Orden de los Funerales Cristianos promulgado por el Vaticano enseña que el rito funerario está destinado a ofrecer “adoración, alabanza y acción de gracias a Dios por el don de la vida que ahora ha sido devuelta a Dios ... La Misa, el memorial de la muerte y resurrección de Cristo es la principal celebración del funeral cristiano”.
El Padre Thu explicó: “Se supone que la homilía en la Misa fúnebre ayude a la gente a comprender el mensaje sobre el cuerpo y la resurrección. Se utilizan los textos sagrados del rito funerario para ayudar a los dolientes a comprender la esperanza, la resurrección y, sí, también el dolor y la pena”.
La razón para esto es que los elogios pueden restar valor a ese mensaje clave.
El Orden de los Funerales Cristianos aclara que “un miembro o amigo de la familia puede compartir unas breves palabras de conmemoración del difunto antes de la parte final de la Misa o liturgia del funeral”. Por lo general, las diócesis permiten que se haga un elogio en el velorio (velatorio) o en la recepción después de los ritos funerarios.
La oración con (y por) el difunto
La Iglesia celebra la Solemnidad de Todos los Santos el 1 de noviembre. Según el Padre Nguyen, la fiesta reconoce a “todos los santos, tanto a los no reconocidos como a los reconocidos mediante el proceso de canonización”, muchos de los cuales no tienen un día de fiesta específico en el que honramos sus vidas y obras.
El Padre Thompson añadió que: “La festividad de Todos los Santos implica que la categoría de santo es mucho más amplia de lo que imaginamos”.
En la fiesta de Todos los Santos, conmemoramos y oramos por los fieles difuntos que aún no han alcanzado la visión beatífica del cielo porque no han sido limpiados de las manchas del pecado. La doctrina católica enseña que estas almas residen en el purgatorio donde se perfeccionan antes de entrar al cielo. Al rezar y ofrecer misas y buenas obras por estas almas, los fieles aquí en la tierra ayudan a estas almas a alcanzarlo.
Como católicos, creemos que los fieles difuntos oran con nosotros, oran por nosotros y reciben los beneficios de nuestras oraciones por ellos. El Padre Thompson afirmó: “Oramos por la misericordia de Dios para los que han muerto. Lo que Dios hace con tales oraciones es un misterio. Oramos los unos por los otros mientras estamos en la tierra; tales oraciones no necesitan detenerse simplemente porque hemos partido de la vida terrenal”. La base bíblica para orar por los muertos se encuentra en el Libro Segundo de los Macabeos 12, 38-44, así como en otros lugares del Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.
Al conmemorar a nuestros seres queridos fallecidos en las solemnidades del Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, pedimos que podamos encontrar consuelo en la comunión de sus almas con el Señor. Algún día nosotros estaremos en unión con Dios y nos reuniremos con nuestros seres queridos. Mientras tanto, podemos orar con ellos y por ellos. “Así también en el momento presente vemos las cosas como en un espejo, pero entonces las veremos cara a cara” (I Corintios 13, 12).