Para deleitarse en Cuaresma
“Si no cambian y se vuelven como niños, nunca entrarán al Reino de los Cielos”. Entendemos la temporada de Cuaresma como un tiempo de arrepentimiento, cambio y crecimiento en santidad, pero ¿cómo se ve esto? ¿Qué significa en nuestras propias vidas?
Según nuestro Señor, la respuesta tiene mucho que ver con volverse como niños. Este tipo de conversión es tan importante para Jesus que Él dice que sin ella el cielo es inalcanzable. ¿Qué significa volverse como niños?
G.K Chesterton, en Ortodoxia escribe que los niños se regocijan en la monotonía. Les encanta ver que las cosas sucedan una y otra vez. Tienen una sobre abundancia de vida que se regocijan en lo ordinario que los rodea. Él dice que quizás esta misma energía vital y emocionante fluye a través de la vida divina de Dios, mientras El hace que el sol salga y se ponga día tras día sin fallar. “Es posible que Dios diga cada mañana, ‘Hazlo de nuevo’ a el sol; y cada tarde, ‘Hazlo de nuevo’ a la luna”.
C.S. Lewis también toma este tema de la alegría infantil. Dice que en la tierra las cosas a menudo están al revés de cómo son en el cielo. En la tierra, el trabajo, la ansiedad y el estrés consumen la mayor parte de nuestro tiempo y atención, donde la alegría es, en el mejor de los casos, una experiencia ocasional. No es así en el cielo. La ansiedad desaparece. El sufrimiento ha terminado. El sonido juguetón llena las calles, ya que “la alegría es el asunto serio del cielo”, escribe en Las cartas a Malcolm: Reflexiones sobre la oración.
En el espíritu de la repetición alegre, Peter Kreeft, en El mar, describe el océano y su grandeza casi ‘divina’, escribiendo que, si cada ola pudiera hablar en el nombre de Dios, repetirían con cada choque en la playa la simple pero profunda declaración de Dios hacia la humanidad: “Te amo, te amo, te amo, te amo”.
Para ser como niños requiere un lente diferente, con el cual nos relacionamos con lo ordinario y monótono. Requiere esperanza alegre, humor, un sentido profundo de que el amor de Dios que bombea a través de nuestras venas y se refleja en los océanos pesa más que los sufrimientos pasajeros de esta vida. Requiere una profunda convicción de que incluso la vida más fallida y pecaminosa puede ser redimida. Esto solo es posible si la disposición fundamental de la vida de uno es la dependencia. Dependencia en un buen Dios y en Su poderosa providencia.
A menudo, abordamos la Cuaresma a través de unos lentes diferentes: la necesidad de auto perfección, la sensación de necesidad de ‘mejorar’, de superar los vicios y volverse perfectos. Para ser claros, la virtud la superación del pecado son necesarias para el arrepentimiento. ¿Pero qué impulsa este proceso? ¿Es mi propia necesidad de ser perfecto e impecable? ¿O soy atraído por una profunda convicción de que Dios realmente se deleita en mí y que mi conversión es menos trabajo duro y más dejar que Dios actúe en mí? No, la meta de la Cuaresma no es primordialmente sobre ‘ser mejor’, sino crecer profundamente en el amor con Jesucristo y se cada vez más consciente de Su amor por ti.
Esta Cuaresma, fomentemos corazones arrepentidos, deseosos de conversión, no simplemente por el orgullo herido de haber pecado, pero por un amor profundo a Jesucristo contra quien hemos pecado. Porque cuando reconocemos la bondad de Dios, Su alegría infantil, Su preocupación íntima y personal por nuestras vidas, y sobre todo Su deseo de perdonarnos y restaurarnos, entonces la Cuaresma y el arrepentimiento cambian de tono en nuestros corazones.
Esta Cuaresma no es simplemente sobre ‘ser mejor’. Se trata de profundizar más en el Señor que se deleita en mí. Como Proverbios nos dice: “Antes que fueran formadas las montañas… yo estaba junto a Él, como confidente; día tras día lo alegraba y jugaba sin cesar en su presencia; jugaba con el orbe de la tierra, y mi alegría era estar con los hombres”.
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