El don del celibato
Al cabo de mi primer año como profesor en St. Joseph Seminary College, me di cuenta de que había adquirido mayor comprensión sobre las luchas particulares de esta generación de jóvenes a la hora de discernir una vocación. Deseo compartir algunas palabras de reflexión sobre una lucha en particular, a saber, el celibato, que podría ayudar a quienes disciernen una vocación religiosa o aquéllos que ayudan a fomentar vocaciones religiosas en la Iglesia.
Los seminaristas, o cualquier joven, podrían tener dificultades con la idea de ser célibes durante toda su vida como sacerdotes o consagrados a la vida religiosa. Incluso cuando yo estaba en el seminario, la idea de que no iba a tener una esposa o compañera toda la vida, ni tampoco hijos, me parecía extraordinariamente difícil. El deseo de casarse y tener familia es bueno; es natural; es de Dios. No obstante, no todos estamos llamados al estado matrimonial.
Jesucristo nos habla sobre esto cuando dice, “Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mateo 19, 12).
San Pablo nos habla también de los que permanecen solteros. “No obstante, digo a los célibes y a las viudas: Bien les está quedarse como yo. Pero si no pueden contenerse, que se casen; mejor es casarse que abrasarse” (I Corintios 7, 8-9).
San Pablo declara que desearía que todos fueran como él y practicaran el celibato (I Corintios 7,7), pero reconoce que no todos tienen este don. Plantea al matrimonio como una concesión (I Corintios 7,6), como una vocación para aquéllos que no tienen el don del celibato.
¿Por qué San Pablo desea que la gente sea soltera? Porque es un regalo de Dios tener un corazón íntegro. “Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer; está por tanto dividido” (1 Corintios 7, 32-33).
Desde el siglo I numerosos santos han recibido el don del celibato. Imitaron a Cristo y a San Pablo sirviendo al Señor con un corazón indiviso. Su celibato fue una poderosa señal para el mundo de la realidad escatológica, el “Fin de los Tiempos”. “Pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo” (Mateo 22, 30). El celibato le dice a los demás que estamos hechos para algo más que este mundo: fuimos hechos para la eternidad con Dios.
El celibato es difícil, pero ¿no es suficiente la gracia del Señor? (2 Corintios 12, 9) ¿No es Él quien nos da el don de dar la vida por los demás? ¿Nos abandonará después de que le hayamos dado la parte de nuestra herencia y copa? (Salmo 16:5)
Una forma práctica para que alguien sepa si tiene el don del celibato es uniéndose al seminario o a una comunidad religiosa. Tomemos el ejemplo de Santo Tomás Moro, Lord Gran Canciller de Inglaterra, que quería ser monje. Después de unirse al monasterio, se dio cuenta finalmente de que no tenía el don del celibato y abandonó el monasterio diciendo: "Es mejor un marido casto que un sacerdote licencioso". Se casó poco después.
Podría parecer extraordinariamente difícil para los jóvenes discernir el celibato, ¡pero no están solos! ¡A ningún santo le resultó fácil! Ellos tuvieron que depender del pan cotidiano de la gracia de Dios y recibieron cien veces más en esta vida y en la próxima por aceptar este regalo. Ruego al Señor para que más personas consideren darle las primicias de su corazón y consideren primero una vocación religiosa, para descubrir si tienen el hermoso don del celibato.